La zurra


La zurra

1
El duelo de una viuda, ¡qué conmovedor!
Cuando murió un viejo amigo sin sucesión,
dejando abandonada a una esposa imponente,
yo corrí a confortar a la pobre mujer.
Y luego, no teniendo otra cosa que hacer,
ocupé mi lugar en la capilla ardiente.
2
Para enjugar su llanto y calmar su pesar,
le conté algunos chistes, que nunca hacen mal,
Todo vale si ayuda al consuelo del alma…
Al momento la viuda, mudando el humor,
se retorcía de risa, ¡gracias a Dios!
Y los dos, como locos, allí de jarana.
3
Al ver la pipa asomando de mi gabán,
me dijo amablemente: “la puedes cargar,
que ninguna reserva moral te detenga.
Si mi pobre marido abominaba de él,
ahora el humo no creo que le haga toser.
¿Dónde diantres habré puesto mi pitillera?”
4
A medianoche, con voz dulce de serafín,
me preguntó: “¿tienes hambre?, porque ese de ahí
es capaz de volver creyendo que nos lleva
la piedad al extremo de la inanición.
¿Qué tal un tentempié, una frugal colación?”
Y cenamos de lujo a la luz de las velas.
5
“¡Fíjate si está guapo el durmiente feliz!
Desde luego, no es él el que me va a impedir
ahogar mi dolor en sorbos de champaña.”
Con las últimas copas, un rato después,
la viuda por la emoción, ¡quién lo iba a creer!,
empezó a desbarrar, toda despendolada…
6
“Pensemos en nosotros, ¡por Dios!”, suspiró,
sentándose en mis rodillas sin ningún rubor.
Y, después de besarme en los labios, me dijo:

“Me quedo más tranquila, empezaba a temer
que, tras ese mostacho tan de brigadier,
no escondieses, coqueto, un labio leporino…”
7
De brigadier mi bigote…, ¡qué provocación!
Se merecía una zurra la comparación.
Remangué a la muy fresca y, sin más miramientos,
obligado, ante todo, a cumplir un deber,
pero cerrando los ojos para no ver
demasiado, impulsé mi brazo justiciero.
8
“¡Ay, bruto, me has partido el trasero en dos!”,
se quejaba; y mirando hacia allí con temor
de haber dado la zurra demasiado fuerte,
me fijé y, enseguida, pude comprobar
aliviado que el corte era connatural,
y el aspecto, ¡copón!, parecía excelente.
9
Al levantar la mano por segunda vez,
lo hice sin decisión, me faltaba la fe,
sobre todo, al soltarme la muy atrevida:
“¿Te has fijado? Mi culo es espectacular.”
Y, sin fuerza, mi mano no le llegó a dar..
Y el tercer golpe no fue más que una caricia…(bis)

Etienne Le Rallic (R. Fanny), s/t

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