El blasón


1
Yo, que siempre he tenido con él trato de amigo,
honestamente habría querido celebrar,
entre todos los dones del cuerpo femenino,
el que los que lo han visto no pueden olvidar
2
Hubiese sido mi adiós, mi canto del cisne,
el último recado, sin fecha ni lugar.
Mas, desdichadamente, las voces que lo dicen
se esconden en lo feo y en lo procaz.
3
Es la mayor infamia de la lengua francesa,
es su talón de Aquiles, notorio deshonor,
no tener más que nombres manchados de vileza
para este incomparable juguete seductor
4
Si nombramos las flores con palabras bonitas,
resulta insoportable que en tu cuerpo, mujer,
se designe a la flor más dulce y atractiva,
la más embriagadora, con algo tan soez.
5
Entre todos hay uno, nefasto, inaceptable,
de tres letras, no más, corriente y familiar;
resulta inexplicable, resulta irrevocable,
¡vergüenza para quien lo usó en primer lugar!
6
Vergüenza para aquel cretino debutante,
que dio la misma voz, cargada de su hiel,
al amigo del hombre y al insulto flagrante,
y que, probablemente, él lo fuera también.

7
Misógino por fuerza, eunuco asexuado,
esquivo a los encantos de Venus, además,
fue el fulano de tal, autor desvergonzado
de esa comparación, impropia por demás.
8
Al diablo la homonimia, cien mil veces maldita,
es injusto, señora, se debe denunciar
que ese manjar real de vuestra anatomía
comparta el apellido con los bobos de atar.
9
Ojalá que algún día veamos a un poeta,
mimado de Pegaso, un rimador audaz,
que borre de una vez tantos siglos de afrenta,
y ponga a ese prodigio un nombre como tal.
10
No permitas, señora, que tus adoradores,
en tanto que eso llega, nos apenemos de él,
sin advertir que hay, para rendirle honores,
maneras diferentes que yo conozco bien.

G. Courbet, El origen del mundo

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