Parte médico


Al perder los mofletes, al perder la tripa,
de una manera tan palpable y repentina,
se me supone un mal, fulminante, fatal,
que confunde a Esculapio y lo deja gagá.

Como el monstruo del lago Ness ya no es noticia,
a falta de otros chismes, en alguna revistas,
los reporteros cafres, a cada dos por tres,
me ponen la mortaja de papel cuché.

Harto de ser noticia, de servir de carnaza,
de cuentos, fantasías, que echan a mis espaldas,
yo que irradio salud, que estoy vivo a rabiar,
me dispongo a deciros toda la verdad.

Es toda la verdad, señores, lo que os digo:
si he podido bajar del ranking de cien kilos,
es gracias a Lulú, a Merche, a Maribel
y a muchas otras más que algún día os diré.

Si he perdido la estima de rechonchos, de obesos,
es porque estoy yo siempre dale que te pego,
como un toro, un carnero, un bruto, un garañón,
perpetuamente en celo, haga frío o calor.

Entiéndaseme bien, tengo el alma de fauno,
y su promiscuidad, pero no está tan claro
que tenga su talento, su genio, no, ¡qué va!
Ni una sola me ha dicho aún: ¡”Bravo, gañán!”

Entre otras más, llevo apuntadas en mi lista
a las esposas de cientos de periodistas,
que, viéndome tocado, ponen toda su fe
en darme una alegría por última vez.

¡Qué bello, qué altruista, qué noble, qué excelente!
En las posturas más osadas e indecentes,
les rindo los honores, sin pausa, a todo tren,
sobre montones de ejemplares sin vender.

Así se entiende que, cuando a vuestras esposas
las pillan con el culo al aire, entre otras cosas,
allí impresos aún se lean del revés,
primicias, cotilleos, bulos sin interés.

W. A. Bouguereau, Ninfas y sátiro

Si oís desde el pasillo que provienen jadeos
del tocador de sus mujeres o lamentos,
no penséis: “es el buen Jorge que se nos va”,
son suspiros de amor, desmayos, nada más.

O si escucháis gritar como en una batalla:
“¡En pie los muertos, eh!”, no os apostéis en guardia.
Es la esposa exaltada de un redactor que, audaz,
me incita a contender con ella una vez más.

Y si acaso me sale la cruz de la moneda
y me dejo las plumas en alguna refriega,
Galeno dice: “Son ladillas, no temáis.”
Hipócrates responde: “Es herpes genital…”

Los dos tienen razón. Si Venus nos obsequia
con pruebas que un cristiano sufre con paciencia,
aunque causan molestias en el miembro viril,
pocas veces nos ponen en trance de morir.

En estas circunstancias, la barca de Citera,
por mor de mis errores, se pone en cuarentena.
Pero no tengo aún, no, no, mil veces no,
el misterioso mal que me atribuyen, no.

Si he perdido la estima de rechonchos y obesos,
es porque estoy yo siempre dale que te pego,
como un toro, un carnero, un bruto, un garañón,
perpetuamente en celo, haga frío o calor.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.