Bésalos, mujer


1
Tú no eres de las que se atan de por vida,
frotas en cada bigote tu mejilla;
no es difícil encontrar a alguno que también
te conozca bien;
cualquiera en tu danza tiene entrada libre,
das siempre una flor a los que te la piden;
no hay memoria de tiovivo que fuera jamás
tan popular.

De Pedro a Juan, sin dejar a Hipólito o Andrés,
¡bésalos, mujer!,
¡bésalos, mujer!,
¡que Dios los sabrá escoger!

Pasa a cuchillo a unos cuantos,
pásalos por tus encantos,
hasta que uno, de brazos en cruz,
la diñe de un patatús.

Del mayor al menor, hasta los de Liliput,
¡bésalos, mujer!,
¡bésalos, mujer!,
¡que Dios los sabrá escoger!

Hasta que en juego su vida,
con el alma en carne viva,
el más tonto del montón
pida de hinojos perdón.
2
A la espera del beso que dé en el blanco,
del beso guardado para el mirlo blanco,
esperando hallar, en medio de tanto galán,
al hombre ideal,
aguardando a ver cuándo el azar te acerca
a ese tras el cual condenarás tu puerta
y pondrás arriba aviso de “cerrado por
razones de amor”…

De Pedro a Juan…

Y todas tus travesuras,
tus deslices y aventuras,
las andadas, los traspiés,
se te perdonarán, pues
las chicas, con un “te quiero”,
se hacen un corazón nuevo,
y lo ponen a querer
sin acordarse de ayer.

Frederick Leighton, El pescador y la sirena

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