La traidora


1
Me encomiendo a la muerte sin recelo o temor,
una tumba de urgencia pido al enterrador.
Pues vivir para mí ya no tiene sentido,
he pillado a mi amante abrazada al marido.
Mi amante, ¡la tunante!

2
En mi mano aún pensaba que comía el amor,
que mi insignia ondeaba sobre su corazón,
pero todo acabó ayer en un jardín:
la pillé en brazos de su marido, ¡jolín!
Mi amante, ¡la tunante!

3
¿Quién me ayuda a encontrar la palabra cumplida,
el vocablo preciso para la libertina
que antepone el marido al amante leal,
que ha hecho del adulterio un arte original?
Mi amante, ¡la tunante!

4
¿En qué estaba pensando?, ¿dónde miraba yo
para no darme cuenta, imperdonable error,
que era menos fogosa dando abrazos y, en fin,
no alumbraba bebés parecidos a mí?
Mi amante, ¡la tunante!

5
Para hundirme los cuernos hasta el corazón,
con un refinamiento demoniaco y burlón,
la pérfida, en voz alta, ha dejado escapar:
“el cornudo, en verdad, no es quien todos pensáis”.
Mi amante, ¡la tunante!

6
Sorprendí a esos granujas, ¡a cuál más, ella y él!,
empezando de cero su himeneo otra vez.
Sorprendí a mi querida en un ‘affaire’ oscuro,
invirtiendo el normal orden de sus cornudos.
Mi amante, ¡la tunante!

C. F. Underwood,
En el restaurante

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